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El arte de sanar: secretos ancestrales y modernos para una vida plena en México

En las calles polvorientas de Oaxaca, mientras el sol calienta los adoquines, doña María prepara una infusión de hierbas que ha curado resfriados en su familia por tres generaciones. A pocos kilómetros, en un hospital de última tecnología en la Ciudad de México, un cardiólogo implanta un stent que salvará una vida. Esta dualidad define la salud en México: un país donde la sabiduría ancestral y la ciencia moderna coexisten, a veces chocando, a menudo complementándose.

La medicina tradicional mexicana no es solo un vestigio del pasado; es un sistema vivo que continúa evolucionando. Los curanderos que utilizan plantas como el copal y la ruda no están peleados con la medicina basada en evidencia. De hecho, cada vez más investigadores estudian estas prácticas, descubriendo que muchas contienen principios activos con efectos medibles. El Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán ha documentado casos donde pacientes que combinaron tratamientos convencionales con medicina tradicional mostraron mejorías más rápidas.

Pero el verdadero desafío de la salud en México no está en los hospitales, sino en las mesas de los hogares. La dieta mexicana, otrora considerada entre las más balanceadas del mundo gracias a la combinación de maíz, frijol y chile, ha sido secuestrada por la comida ultraprocesada. El resultado es una epidemia silenciosa: diabetes, hipertensión y obesidad que afectan a más del 70% de la población adulta. Lo irónico es que la solución podría estar en volver a nuestras raíces culinarias.

La salud mental es otra frontera que México está aprendiendo a navegar. Durante décadas, el estigma alrededor de problemas psicológicos hizo que millones sufrieran en silencio. Hoy, aunque lentamente, las conversaciones sobre ansiedad, depresión y estrés están saliendo de las sombras. Terapeutas y psicólogos reportan un aumento del 300% en consultas desde la pandemia, señal de que algo está cambiando en la conciencia colectiva.

El sistema público de salud, con todas sus imperfecciones, representa una de las apuestas más ambiciosas de América Latina. El IMSS y ISSSTE atienden a más de 60 millones de mexicanos, un desafío logístico que pocos países han intentado. Los problemas son evidentes: listas de espera interminables, escasez de medicamentos y equipos obsoletos. Pero también hay historias de éxito: el programa de vacunación infantil que ha erradicado enfermedades como la polio, o las cirugías de corazón abierto que se realizan gratuitamente.

En las comunidades rurales, donde el médico más cercano puede estar a seis horas de camino, la innovación surge de la necesidad. Parteras tradicionales atienden partos con tasas de éxito que rivalizan con las de algunos hospitales. Promotores de salud capacitados diagnostican enfermedades usando aplicaciones en sus teléfonos. Y hierbas como el zacate de limón y la manzanilla continúan siendo la primera línea de defensa contra males comunes.

El futuro de la salud en México dependerá de su capacidad para integrar lo mejor de ambos mundos: la tecnología de punta sin perder la calidez humana, la evidencia científica sin menospreciar la sabiduría popular. Ya hay señales prometedoras: médicos que estudian herbolaria, curanderos que recomiendan vacunas, nutricionistas que redescubren las bondades del nopal y el amaranto.

Al final, la salud no es solo la ausencia de enfermedad, sino la presencia de bienestar integral. Es poder subir las escaleras sin fatigarse, disfrutar de una comida sin culpa, mantener relaciones significativas y encontrar propósito en el día a día. En México, este concepto holístico siempre ha estado presente, aunque a veces lo hayamos olvidado. Recuperarlo podría ser la mejor medicina de todas.

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