Telecomunicaciones

Salud

Educación

Pasión por los autos

Blog

El lado oculto de la salud mental en México: lo que nadie te cuenta

En las calles bulliciosas de la Ciudad de México, mientras los vendedores ambulantes pregonan sus mercancías y el tráfico avanza a ritmo de claxon, hay una epidemia silenciosa que crece entre el caos urbano. La salud mental, ese tema que muchos prefieren guardar bajo siete llaves, se ha convertido en la crisis invisible de nuestro tiempo. No es casualidad que en los últimos cinco años, los casos de ansiedad y depresión hayan aumentado en un 45% según datos del Instituto Nacional de Psiquiatría, pero ¿por qué seguimos tratando estos padecimientos como si fueran fantasmas que desaparecerán si no los miramos?

La realidad es que el estigma alrededor de los trastornos mentales en México tiene raíces profundas que se entrelazan con nuestra cultura, nuestras tradiciones y hasta con nuestro lenguaje cotidiano. Todavía escuchamos frases como "échale ganas" o "no seas dramático" cuando alguien expresa sentirse mal emocionalmente, como si la fuerza de voluntad fuera suficiente para curar lo que la ciencia reconoce como condiciones médicas reales. Este fenómeno no es exclusivo de las zonas rurales; en las urbes más desarrolladas, la presión por el éxito y la apariencia de perfección han creado generaciones enteras que sufren en silencio.

Lo más preocupante es que esta crisis tiene rostros específicos. Los jóvenes entre 15 y 29 años representan el grupo más vulnerable, con tasas de suicidio que han aumentado alarmantemente en la última década. Las redes sociales, ese mundo paralelo donde todos muestran sus mejores momentos, han creado una distorsión de la realidad que muchos no pueden procesar. Pero no son solo los adolescentes; los adultos mayores enfrentan su propia batalla contra la soledad y el abandono, mientras que las mujeres cargan con el peso adicional de roles de género que exigen ser fuertes para todos menos para sí mismas.

El acceso a tratamiento es otra barrera casi infranqueable para la mayoría de los mexicanos. En el sistema público de salud, la espera para una consulta psiquiátrica puede extenderse hasta seis meses, tiempo suficiente para que una crisis leve se convierta en una emergencia. En el sector privado, los costos son prohibitivos: una sola sesión de terapia puede costar lo que una familia promedio gasta en alimentación para toda una semana. Esta brecha entre necesidad y acceso ha dado pie a un mercado informal de "terapeutas" sin certificación que prometen soluciones mágicas, empeorando el problema en lugar de resolverlo.

Pero no todo son malas noticias. En los últimos años, han surgido iniciativas que están cambiando el panorama. Organizaciones como Voz Pro Salud Mental y los grupos de apoyo comunitarios están demostrando que cuando rompemos el silencio, las soluciones aparecen. Las terapias grupales, los talleres en escuelas y hasta las aplicaciones móviles están llevando ayuda psicológica a lugares donde antes era impensable. Lo más interesante es que muchas de estas soluciones incorporan elementos de nuestra cultura mexicana, como el valor de la comunidad y la importancia de la familia, adaptando métodos occidentales a nuestra idiosincrasia.

El papel de la medicina tradicional no puede subestimarse en este contexto. Curanderos y hierberos han sido durante siglos los primeros respondientes en materia de salud mental en muchas comunidades, y aunque sus métodos no siempre coinciden con la ciencia moderna, su comprensión del sufrimiento humano tiene lecciones valiosas para todos. La integración de estos saberes ancestrales con la psiquiatría contemporánea podría ser la clave para crear un modelo verdaderamente mexicano de atención mental.

Lo que está claro es que necesitamos un cambio de paradigma urgente. Dejar de ver la salud mental como un lujo para privilegiados y reconocerla como lo que es: un derecho humano fundamental. Esto requiere no solo más recursos del gobierno, sino un esfuerzo colectivo para cambiar nuestra forma de hablar, de escuchar y de apoyarnos. Las empresas deben implementar programas de bienestar emocional serios, las escuelas necesitan educación emocional desde primaria, y las familias deben aprender a detectar las señales de alarma.

En el fondo, la solución podría ser más simple de lo que pensamos: aprender a preguntar "¿cómo estás realmente?" y tener el valor de escuchar la respuesta, sin juicios ni soluciones fáciles. Porque al final, la salud mental no se trata solo de tratar enfermedades, sino de construir una sociedad donde sea seguro ser humano, con todas nuestras fragilidades y complejidades. El primer paso hacia la curación colectiva podría ser tan simple como dejar de fingir que estamos bien cuando no lo estamos.

Etiquetas