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El 5G en México: entre promesas y realidades de una revolución tecnológica inconclusa

México se encuentra sumido en una encrucijada tecnológica que podría definir su futuro digital. Mientras las grandes operadoras despliegan sus redes de quinta generación con bombos y platillos, millones de mexicanos siguen atrapados en la brecha digital más profunda de América Latina. El 5G promete velocidades de descarga que harían palidecer a la fibra óptica actual, latencias casi imperceptibles y la capacidad de conectar simultáneamente hasta un millón de dispositivos por kilómetro cuadrado. Sin embargo, en colonias populares de Ecatepec o en comunidades rurales de Oaxaca, estas promesas suenan a ciencia ficción.

La realidad es que el despliegue del 5G en México avanza a dos velocidades radicalmente distintas. Por un lado, las zonas premium de Ciudad de México, Monterrey y Guadalajara disfrutan ya de cobertura casi total, con velocidades que superan los 800 Mbps en condiciones óptimas. Por otro, el 38% de la población sigue sin acceso a internet de calidad básica, según datos del INEGI. Esta disparidad no es casual: instalar una antena 5G en Santa Fe cuesta lo mismo que en la sierra de Guerrero, pero el retorno de inversión es diametralmente opuesto.

Las frecuencias asignadas para el 5G mexicano esconden otra capa de complejidad. Mientras países como Estados Unidos o Corea del Sur operan principalmente en bandas medias (3.5 GHz) y altas (mmWave), en México la subasta de espectro sigue empantanada en disputas políticas y técnicas. El resultado es un collage de frecuencias que obliga a los fabricantes de dispositivos a crear versiones especiales para el mercado local, encareciendo los equipos y limitando la oferta disponible.

La salud pública se ha convertido en el caballo de batalla de los grupos antitecnología. Aunque la OMS ha declarado reiteradamente que las radiofrecuencias del 5G no representan riesgo alguno para la salud, colectivos ciudadanos han logrado paralizar instalaciones en al menos 12 municipios usando argumentos pseudocientíficos. El verdadero riesgo, según expertos consultados, está en la desinformación masiva que circula por WhatsApp y redes sociales, alimentada por intereses económicos ocultos.

El Internet de las Cosas (IoT) emerge como la gran apuesta industrial del 5G mexicano. Fábricas inteligentes en el Bajío ya monitorizan sus líneas de producción con sensores 5G que detectan fallos milimétricos en tiempo real. En el campo, agricultores de Sinaloa experimentan con drones que analizan el estado de los cultivos y dispensan fertilizantes con precisión quirúrgica. Estos avances, sin embargo, contrastan con la realidad de las pymes mexicanas, donde el 67% aún no ha digitalizado sus procesos básicos.

La seguridad cibernética se perfila como el talón de Aquiles de esta revolución. Cada antena 5G representa un potencial punto de entrada para ciberataques masivos, y México carece de una estrategia nacional coherente para proteger infraestructuras críticas. El caso del hackeo a PEMEX en 2019, que paralizó sistemas durante semanas, sirve como advertencia ominosa de lo que podría ocurrir si no se fortalece la ciberseguridad de manera urgente.

El futuro inmediato del 5G en México dependerá de factores que trascienden lo tecnológico. La próxima administración federal deberá elegir entre priorizar la conectividad rural o concentrarse en potenciar los hubs urbanos ya consolidados. Mientras tanto, países como Brasil y Chile avanzan a paso firme hacia la democratización digital, dejando atrás a una nación que, paradójicamente, inventó el concepto de 'banda ancha para todos' hace más de una década.

La verdadera revolución 5G no llegará con mejores smartphones o descargas ultrarrápidas, sino cuando una estudiante en Chiapas pueda acceder a educación de calidad en línea, cuando un médico en Sonora realice telecirugías con precisión milimétrica o cuando un campesino en Michoacán optimice su riego con datos en tiempo real. Ese día, quizás, podremos hablar de verdadera transformación digital.

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