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El futuro de las telecomunicaciones en México: más allá de la cobertura y los precios

En un país donde el 92% de la población tiene acceso a servicios de telefonía móvil, parecería que el debate sobre telecomunicaciones debería haber superado ya la discusión sobre cobertura. Sin embargo, la realidad mexicana nos muestra que la verdadera batalla apenas comienza. Mientras las grandes empresas despliegan sus redes 5G en las zonas urbanas más rentables, millones de mexicanos en comunidades rurales siguen esperando una señal estable que les permita conectarse al mundo digital.

Lo que pocos mencionan es cómo esta brecha digital está transformando la economía nacional. Las pequeñas empresas que logran establecerse en zonas con buena conectividad tienen hasta un 40% más de probabilidades de sobrevivir a sus primeros dos años de operación. Mientras tanto, los emprendedores en municipios con infraestructura limitada enfrentan un camino cuesta arriba desde el primer día. No se trata solo de poder hacer una videollamada, sino de acceder a mercados, financiamiento y oportunidades que antes estaban reservadas para quienes podían pagar una oficina en la ciudad.

El espectro radioeléctrico se ha convertido en el nuevo petróleo de la economía digital, y México tiene una riqueza que está subutilizada. Según datos del IFT, menos del 60% del espectro asignado para telecomunicaciones está siendo efectivamente utilizado. Esta situación genera un círculo vicioso: las empresas no invierten porque no ven demanda inmediata, y la demanda no crece porque no hay servicios de calidad disponibles. Romper este ciclo requiere de políticas públicas más audaces y de una visión a largo plazo que trascienda los periodos de gobierno.

La llegada del 5G prometía revolucionar todo, desde la medicina hasta la manufactura. Sin embargo, en México esta tecnología se ha convertido en otro ejemplo de desarrollo desigual. Mientras en Santa Fe o Polanco los usuarios disfrutan de velocidades que superan los 500 Mbps, en municipios como Cochoapa el Grande, Guerrero, la mayoría de la población ni siquiera tiene acceso a 3G. Esta disparidad no solo es injusta, sino que representa un lastre para el desarrollo económico nacional.

Las soluciones tradicionales están mostrando sus límites. La instalación de torres de telecomunicaciones sigue siendo un proceso burocrático y costoso, mientras que tecnologías emergentes como los satélites de órbita baja o las redes mesh comunitarias ofrecen alternativas interesantes pero que requieren de marcos regulatorios más flexibles. El caso de Oaxaca, donde comunidades indígenas han desarrollado sus propias redes de telecomunicaciones, demuestra que cuando el Estado no llega, la sociedad encuentra formas creativas de resolver sus problemas.

La seguridad cibernética es otro frente que ha pasado desapercibido en el debate público. Con el aumento del teletrabajo y la digitalización de servicios gubernamentales, la vulnerabilidad de nuestras redes se ha convertido en un tema de seguridad nacional. Los ataques ransomware a instituciones públicas y privadas han aumentado un 300% en los últimos tres años, según reportes de la Guardia Nacional. Sin embargo, la inversión en ciberseguridad sigue siendo vista como un gasto opcional en lugar de una necesidad básica.

El futuro de las telecomunicaciones en México no se decidirá en las oficinas corporativas de Telcel o AT&T, sino en las comunidades que hoy están desconectadas. La verdadera revolución digital llegará cuando una estudiante en la sierra de Puebla pueda acceder a la misma calidad de educación en línea que un alumno en el Instituto Tecnológico de Monterrey. Cuando un médico rural pueda realizar telemedicina con la misma confiabilidad que en el Hospital ABC. Cuando un campesino pueda vender sus productos directamente a consumidores en Europa con la misma facilidad que una empresa exportadora establecida.

Los próximos años serán cruciales. La renovación de concesiones, la subasta de nuevo espectro y las decisiones sobre neutralidad de la red definirán si México se convierte en un líder digital regional o si se consolida como un mercado secundario para las grandes tecnológicas. La pregunta no es si tendremos más cobertura, sino qué tipo de sociedad digital queremos construir. Una donde la conectividad sea un derecho fundamental que impulse la movilidad social, o una donde sea otro factor que profundice las desigualdades existentes.

La experiencia internacional nos muestra que los países que han logrado cerrar su brecha digital son aquellos que han entendido que las telecomunicaciones son más que un servicio: son la columna vertebral del desarrollo en el siglo XXI. Corea del Sur, Estonia y Uruguay han demostrado que con visión política y colaboración público-privada es posible transformar radicalmente el panorama digital de una nación.

En México tenemos todos los ingredientes para escribir nuestra propia historia de éxito: talento joven, ecosistema emprendedor en crecimiento y una ubicación geográfica estratégica. Lo que nos falta es la voluntad política para priorizar la conectividad como un tema transversal que afecta a la educación, la salud, la economía y la seguridad. El momento de actuar es ahora, antes de que la brecha digital se convierta en un abismo imposible de cruzar.

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