La salud mental en México: un tabú que nos está costando caro

La salud mental en México: un tabú que nos está costando caro
En las calles de la Ciudad de México, entre el bullicio del tráfico y las prisas cotidianas, se esconde una epidemia silenciosa que afecta a millones de mexicanos. La salud mental sigue siendo ese pariente incómodo del que nadie quiere hablar en las reuniones familiares, ese secreto que guardamos bajo llave mientras sonreímos para las fotos. Pero los números no mienten: según la Organización Mundial de la Salud, México ocupa el primer lugar en estrés laboral a nivel global, y la depresión afecta a más de 10 millones de personas en nuestro país.

Lo paradójico es que vivimos en la era de la hiperconexión, pero nunca hemos estado más solos. Las redes sociales nos muestran vidas perfectas que no existen, mientras que en la realidad, las largas jornadas laborales, la inseguridad y las presiones económicas van minando nuestra resistencia psicológica. El mexicano promedio trabaja 2,255 horas al año, muy por encima de la media de los países de la OCDE, y esto tiene un costo invisible que pagamos con nuestra tranquilidad.

El estigma alrededor de las enfermedades mentales es tan fuerte que muchas personas prefieren sufrir en silencio antes que ser etiquetadas como 'locos' o 'débiles'. En las comunidades rurales, todavía se cree que la depresión se cura con un buen susto o que la ansiedad es solo falta de carácter. Esta mentalidad no solo retrasa el tratamiento adecuado, sino que perpetúa un ciclo de sufrimiento evitable.

Pero hay esperanza en el horizonte. Cada vez más jóvenes están rompiendo el silencio y hablando abiertamente sobre sus batallas con la ansiedad y la depresión. Influencers y figuras públicas están usando sus plataformas para normalizar la terapia y el autocuidado emocional. En ciudades como Guadalajara y Monterrey, han surgido colectivos que ofrecen apoyo entre pares y talleres de salud mental gratuitos.

El sistema de salud pública mexicano enfrenta desafíos monumentales en este rubro. Con apenas 4,500 psiquiatras para atender a 130 millones de personas, la brecha entre la necesidad y la atención es abismal. La mayoría se concentra en las grandes urbes, dejando desprotegidas a las comunidades más vulnerables. Sin embargo, iniciativas como las líneas de crisis telefónicas y las consultas virtuales están comenzando a cerrar esta distancia.

La medicina tradicional mexicana tiene mucho que aportar en este campo. Nuestros antepasados entendían la conexión entre mente, cuerpo y espíritu de una manera que la ciencia moderna apenas está redescubriendo. Las limpias, los baños de temazcal y la herbolaria no son supersticiones, sino saberes ancestrales que, combinados con tratamientos convencionales, pueden ofrecer un enfoque más holístico del bienestar emocional.

En el ámbito laboral, algunas empresas progresistas están implementando programas de bienestar emocional que incluyen yoga, meditación y acceso a psicólogos. Los resultados son contundentes: empleados más felices son más productivos, creativos y leales. Invertir en salud mental no es un gasto, es una estrategia inteligente de negocio.

Las escuelas también tienen un papel crucial que jugar. Incorporar la educación emocional desde la primaria podría prevenir muchos trastornos que se manifiestan en la adultez. Enseñar a los niños a identificar y gestionar sus emociones es tan importante como enseñarles matemáticas o historia.

La pandemia nos dejó una lección dolorosa pero valiosa: la salud mental es tan fundamental como la física. El confinamiento, el duelo y la incertidumbre nos recordaron que somos seres emocionales que necesitan conexión, propósito y esperanza. Ahora que estamos reconstruyendo nuestra normalidad, tenemos la oportunidad de hacerlo mejor, de crear una sociedad donde pedir ayuda no sea visto como una debilidad, sino como un acto de valentía.

El camino hacia la sanación colectiva requiere que rompamos el silencio, que hablemos de nuestros miedos y nuestras luchas con la misma naturalidad con que hablamos del clima. Requiere que exijamos a nuestros gobernantes que prioricen la salud mental en las políticas públicas. Y sobre todo, requiere que nos demos permiso para estar mal a veces, porque la perfección no existe, pero la resiliencia sí.

México tiene la sabiduría ancestral, la creatividad y la fuerza para liderar una revolución en el cuidado de la salud mental. Solo necesitamos dejar atrás los prejuicios y abrazar la vulnerabilidad como lo que es: nuestra humanidad compartida. Después de todo, como decía mi abuela, 'mejor solo que mal acompañado, pero mejor acompañado que enfrentando solo tus demonios'.

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