Los secretos de la salud que México guarda en sus tradiciones y ciencia moderna

Los secretos de la salud que México guarda en sus tradiciones y ciencia moderna
En las calles de Oaxaca, mientras el humo del copal se eleva hacia el cielo, una curandera prepara una infusión de cuachalalate para aliviar úlceras estomacales. A pocos kilómetros de distancia, en un laboratorio de la UNAM, científicos analizan las propiedades antiinflamatorias de esta misma planta. Esta dualidad entre tradición y ciencia moderna define la salud en México, un país donde el conocimiento ancestral convive con los últimos avances médicos.

La medicina tradicional mexicana no es solo un relicario del pasado. Según investigaciones recientes, más del 80% de la población ha utilizado alguna vez plantas medicinales como el té de manzanilla para problemas digestivos o la sábila para quemaduras. Lo que antes se consideraba simple 'superstición' hoy se valida en laboratorios internacionales. El Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición ha documentado cómo compuestos del nopal pueden ayudar a regular los niveles de glucosa en sangre, mientras que la guanábana sigue siendo objeto de estudio por sus posibles efectos antitumorales.

Pero la salud en México enfrenta paradojas profundas. Mientras en comunidades rurales persisten enfermedades asociadas a la pobreza como la desnutrición y parasitosis, en las ciudades crecen exponencialmente los casos de diabetes y obesidad. La transición epidemiológica nos golpea con ambas manos: no hemos superado completamente los viejos males y ya cargamos con los nuevos. La Secretaría de Salud reporta que las enfermedades cardiovasculares representan la primera causa de muerte, seguida por la diabetes mellitus.

El acceso a servicios médicos pinta un panorama desigual. En la Ciudad de México hay hospitales de especialidad con tecnología de punta, mientras en la Sierra Tarahumara las parteras tradicionales siguen siendo la principal atención para mujeres embarazadas. Esta brecha se hizo evidente durante la pandemia, cuando comunidades indígenas registraron tasas de mortalidad hasta tres veces mayores que en zonas urbanas. La salud, al parecer, también tiene código postal.

La alimentación juega un papel crucial en este rompecabezas. La globalización nos trajo comida procesada alta en azúcares y grasas, pero también redescubrimos los superalimentos prehispánicos como la chía, el amaranto y los chapulines. Nutriólogos recomiendan volver a la dieta de nuestros abuelos, rica en maíz, frijol, chile y verduras locales. No se trata de rechazar lo moderno, sino de integrar lo mejor de ambos mundos.

La salud mental emerge como otro frente de batalla. El estrés de la vida urbana, la violencia y las secuelas de la pandemia han aumentado los casos de ansiedad y depresión. Terapeutas combinan técnicas occidentales con prácticas ancestrales como la temazcal para tratar estos padecimientos. La meditación y el mindfulness encuentran su contraparte en ceremonias de limpia con hierbas sagradas.

Las enfermedades emergentes nos recuerdan nuestra vulnerabilidad. El dengue, zika y chikungunya se expanden con el cambio climático, mientras nuevas variantes de virus nos mantienen en alerta permanente. La investigación científica mexicana responde con desarrollos como la vacuna patria contra COVID-19 y estudios pioneros sobre epidemiología genómica.

La prevención se consolida como la estrategia más inteligente. Campañas de vacunación, chequeos regulares y estilo de vida saludable son más efectivos que cualquier tratamiento. El ejercicio no requiere gimnasios lujosos: caminar, bailar o practicar algún deporte tradicional como la pelota mixteca pueden marcar la diferencia.

Las medicinas alternativas ganan terreno, pero con precauciones. La acupuntura, homeopatía y herbolaria deben practicarse por profesionales certificados, no por charlatanes. La Comisión Federal para la Protección contra Riesgos Sanitarios regula estos servicios para proteger a los consumidores.

El futuro de la salud en México dependerá de nuestra capacidad para integrar saberes. Investigadores trabajan con curanderos tradicionales para validar científicamente sus conocimientos, mientras médicos alópatas aprenden a respetar y comprender las prácticas culturales de sus pacientes. Esta síntesis podría ser nuestro mayor aporte al mundo: un modelo de salud que honre el pasado mientras abraza el futuro.

En los mercados, junto a los puestos de frutas y verduras, todavía se venden ramos de plantas medicinales. En los hospitales, resonancias magnísticas y robots quirúrgicos atienden a los enfermos. Ambos espacios, aparentemente distantes, buscan lo mismo: aliviar el dolor y prolongar la vida. La verdadera salud mexicana quizá reside en saber navegar entre estos dos ríos sin ahogarnos en ninguno.

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